Fue un día triste como tantos otros, Sandra lavaba ropa en el fondo del jardín junto a una pila de botellas viejas sobre una bañera azul tan distante como sus ojos sombríos sus ojos perdidos en la distancia ecuánime entre un calcetín rojo y un zapato café. Un zorzal plateado consumía las últimas gotas de néctar de la última rosa fresca, y las nubes plateadas volaban con reposo ensombreciendo los vestigios de un sol impávido de un sol soñoliento, en el aire se sentía el perfume intacto de la tierra mojada y los ladridos de un perro fantasma marcaban el ritmo de un día como arrancado de un sueño, eran aproximadamente las 3 de la tarde en la casa ya no había nadie todos habían marchado pero aun quedaban los rastros de sus pasos los rastros de sus voces y movimientos los cuales Sandra aun percibía en su memoria retardada por lo triste de aquel día de noviembre de un año extraviado en la retina de algún espectador clandestino conmovido por la sombra tenue de una mujer lavando ropa ajena en el fondo del jardín de una casa de tantos de una casa de nadie, Aquella tarde por las mejillas de Sandra rodaban tres lagrimas sordas y se mezclaban con la lavaza imberbe y olorosa y como no lo hacia hace mucho miraba el cielo tratando de olvidar lo que quería recordar con tanto esmero, y sus manos mezcladas con la ropa de colores y el agua espumosa que comenzaba a absorber la suciedad, sus manos largas y delgadas esas manos de artista que se vieron forzadas a convivir con el trabajo diario y el sacrificio por sobrevivir en un mundo a veces injusto a veces… y el viento que repentino movía los árboles cansados por la espera de la lluvia que jamás llegó despertaron a Sandra se sus lagrimas huérfanas y el sonido de la puerta que se abre muy lejos y los pasos que se acercan lentos muy lentos que fácilmente no hubiesen podido oírse pero ella siempre los oía, era el, Alberto llegando de algún día pasado al hogar que siempre había abandonado, Alberto su Alberto…

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