Quizás no sea prudente dijo Alberta mirando la cuchara plateada que reflejaba sus largas canas ondulantes, quizás sea solo un sueño más que no vale la pena revelar repitió con una voz sutil que se asemejaba mucho al sonido de las olas pardas de alguna playa olvidada de algún paseo solitario, Quizás fue solo un sueño y los sueños son de ese elemento que es tan constante que no revelaré el nombre porque ni siquiera se de que están hechos, luego Alberta procedió a poner la cuchara frente a su rostro y vio su cabeza invertida y sonrió, simplemente sonrió, le sonreía a la cuchara, le sonreía a la luz que en ella también se reflejaba, la luz que llegaba desde el techo en aquella habitación tan lúgubre desde la ampolleta amarilla que parecía todo saberlo y que colgaba como un perezoso lo hace en un árbol de la selva, le sonreía a sus ojos, los veía tan oscuros y con lunares, sus ojos divertidos colgando igual como los perezosos y como la ampolleta, veía sus arrugas e intentaba navegar entre las grietas para llegar hasta la nariz donde dormía un viejo ecuánime que jamás quiso salir por mas dedos que no entraron nunca y que entraron cuando no había tiempo para nada y cuando dejó la cuchara sobre la mesa junto a la tasa ya vacía de té de rosa mosqueta cerró los ojos y suspiró, suspiró tan fuerte que toda la habitación suspiró junto a ella, suspiro la cuchara junto a la taza y los restos de té que dentro de ella quedaban, suspiraron los tres cuadros pegados a las paredes y dentro de los cuadros cada escena suspiro sin desmedro, suspiraron los cisnes navegando en una laguna azulada, suspiraron los campesinos cultivando tomates bajo el sol pavoroso de algún verano de 1949 y suspiraron las tres niñas vestidas de rosado sentadas en una ventana llena de flores, suspiraron los candelabros y las velas derretidas sobre el aparador que a su vez también suspiró, suspiraron los visillos tenues y los bordados de las cillas, suspiraron las patas de la meza cansadas de estar de pie por tantos años, suspiró la misma silla en que Alberta estaba sentada, suspiró la puerta y el cerrojo y los guardapolvos y todos aquellos objetos que olvidé mencionar suspiraron igual, al unísono y el suspiro se llevo todo de aquel cuarto en aquel preciso instante, se llevo todo lo que no tuviera forma por ende el cuarto seguía igual que hace un segundo atrás y Alberta abrió los ojos miró la ampolleta y dijo…
No hay que detenerse ante nada, ante nada, ante nada, ante nada, ante ninguna mierda.
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