Amaranta La Armoniquista

Podía observar la distancia absoluta que dividía mi conciencia de mis zapatos, era absurdo detenerse a pensar cuando el tren ya había partido, corrí por los rieles lo más rápido que pude y mientras el aire cada vez se hacía más denso pude colgarme bruscamente del último de los vagones. Antes de abrir la puerta que daba a la sala de los pasajeros ordene mi cabello y mi ropaje que se habían visto perturbados por el improvisado alunizaje y con mi pequeña maleta en mano abrí la puerta sin temor alguno, simplemente sintiendo el insaciable vaivén del tren que ya empezaba a tomar fuerza.


Al comienzo el viaje fue empalagoso, logré sentarme junto a una mujer gorda de nariz puntiaguda que miraba con desdén el paisaje que parecía evaporarse con cada centímetro recorrido, tenía un sombrero negro con plumas rosadas muy singulares y un vestido de puntos blancos que la hacía lucir más gorda de lo que era, en su falda llevaba una jaula plateada y dentro una perica verde con los ojos saltones que susurraba salmos de una vieja biblia en latín. El vagón olía a tarta de nata mezclada con pasta para lustrar botas, lo cual me hacia recordar que no había comido hacía horas y comenzaba a sentir un poco de hambre, sensación que aumento cuando una niña pequeña sentada unos pocos asientos más adelante saco de una especie de lonchera amarilla con flores que parecían reales un enorme trozo de pastel del cual tan solo por el cítrico aroma que despidió pude advertir que era de naranjas, entonces el vagón ya no olía solo a tarta de natas mezclada con pasta para abrillantar botas sino que también a pastel de naranjas entonces mi estomago enloqueció lo que me llevó a abrí mi maletita que había puesto justo bajo mis piernas en el piso del tren buscando algo de comer, pero al abrirla solo encontré mi armónica de fuego azul la cual tocaba con virtuosismo desde que tenía recuerdos de haberla tenido en mi boca y el principal motivo de mi viaje, también encontré unos botones de repuesto para mi gabardina marrón junto a 2 carretes de hilo del mismo tono y tres agujas clavadas en una bolita roja, pero lo más importante, lo que me hizo olvidar el hambre que me acongojaba fue una pequeña tarjeta de papel blanco que tenía inscrita la dirección donde debía llegar al concluir el viaje; Romario Arómela, Representante artístico, calle santa María Esperanza Número 55, Ciudad de Clovis, la miré y fue como si ese simpe hecho abordaba una manta de mariposas que se me enredaban en el estomago; en pocas horas estaría en ciudad de Clovis buscando un espacio en el mundo artístico de los armoniquistas…
.].ëXh!B¡ç¡øN!§Ta.[. dijo...

Hay sueños que pueden más que el hambre...

...y otros que por el miedo al hambre son aplacados.

Besos tibios.

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