La mañana estaba fría, corría un suspiro helado por las calles que calaba los huesos de todo aquel que transitaba a esas horas por ahí. El sol aun oculto detrás de los cerros iluminaba lúgubre el entorno. La luz de una casa se encendió y pronto más luces se sumaron y luego muchas más lo harían según pasaran los minutos hasta apagarse cuando amaneciera definitivamente. Allí lo vi, montado en su bicicleta, bajando una pendiente a alta velocidad, frenó muy brusco al llegar a la esquina, su bicicleta lanzo un aullido agudo que rompió la calma de mi marcha. Nunca fui de las que conociera gente en la calle, nunca de las que alguien abordara para conocer por curiosidad, bueno quizás una vez que otra. Generalmente las personas suelen ser superficiales, aun así a veces no hay mucho que mostrar en profundidad o simplemente no se tiene deseos de hacerlo.
Sus ojos brillaban y reflejaban el tono amarillo anaranjado
del semáforo que lo hizo detenerse frente a mí, llevaba una bufanda negra que
le cubría la boca, no pude descifrar su rostro pero lo deduje por la postura de
su cuerpo firme y decidido. Me miró fijo a los ojos y pareció sonreír debajo de
la bufanda, yo debía cruzar la calle pero me quedé allí estampada unos segundos
sosteniéndole la mirada, muy bella por cierto. Yo no sonreí, pocas veces lo
hacía cuando estaba viva, evitaba el contacto visual con otro ser por mas de 1 segundo, hoy suelo cruzarme en el camino de personas para ver si pueden verme, él
lo hizo, me vio para luego desaparecer con el suspiro helado de esa mañana en
que el frío calaba los huesos.
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